La siguiente entrada está basada en la historia personal de Matías, nuestro head of strategy:
Hasta hace algunos (pocos) años, cuando me preguntaban “¿Qué querés hacer con tu vida?”, mi respuesta era siempre la misma:
“No sé, pero algo que deje huella, que de verdad aporte valor.”
En ese momento, aunque honesta, la veía demasiado amplia y ambigua. Sentarme a pensar en “mi norte” y que apareciera esa idea me dejaba más desconcertado. Después de todo, ¿qué carajo significa “hacer algo grande”? ¿No será puro ego?
Por entonces, ya trabajaba en consultoría y estrategia de marcas, pero esa falta de claridad en mi propósito me tenía a la deriva, agarrando clientes de todo tipo.
¿Startup tech? ¡Venga! ¿Real Estate? También. ¿Ecom? Dale.
Mi cartera de proyectos era tan diversa que, cada vez que intentaba enfocarme en un nicho, me hacía esta pregunta:
“¿Me veo laburando con este tipo de marcas de acá a 5-10 años?”
Y siempre, la respuesta era no. Llegué a cuestionarme si realmente quería seguir siendo strategist. (Sí, estaba en una crisis mal).
El momento eureka no llegó solo. Fue cuando decidí pedir ayuda que las cosas empezaron a cambiar. Trabajando con Santi, mi coach, me animé a buscar patrones y analizar qué proyectos realmente me llenaban.
Dos cosas siempre habían estado presentes en mi forma de pensar, pero nunca les había prestado atención real:
La sostenibilidad.
La idea de que todo proyecto debería tener un objetivo más allá de “hacer plata”.
Hasta que algo hizo clic. Me di cuenta de que el business as usual era uno de los mayores responsables de que el mundo esté como está.
Esta fue la punta del hilo: conectar con la idea del triple impacto.
Cuando empecé a atar cabos, BUM.
Si la vieja manera de hacer negocios es un problema que está destruyendo el planeta (altísimos costos ambientales del fast fashion, deforestación, explotación laboral, y MUCHOS etcéteras) y, por otro lado, soy consciente del inmenso poder que tiene una marca sólida y estratégica…
¿Qué mejor objetivo que ayudar a las organizaciones que se plantan contra esta forma tradicional de hacer las cosas y buscan ser catalizadores de impacto?
Ayudar a crear “marcas que dejen marcas”.
¿Tarea fácil? Para nada. Pero ahora, cuando me acuerdo de esas veces que respondí “algo grande, que deje huella”, sonrío. Porque sí, era ambicioso, pero acá estamos: encaminados.
Han pasado ya varios meses desde este “momento de iluminación”, y no voy a mentir, las primeras dudas no tardaron en llegar. ¿Habrá suficiente mercado en este nicho? ¿Habrá organizaciones dispuestas a invertir en algo tan vital como el desarrollo de marca, pero que tantas veces pasa por alto?
La respuesta, para mi sorpresa, fue un rotundo sí. Y no solo eso: me sigue sorprendiendo la cantidad de organizaciones, incluso a nivel local, que no solo están abiertas, sino también proactivas en alinear sus marcas con sus propósitos. Equipos con ganas de hacer las cosas bien, de ser coherentes y de usar su marca como un catalizador para generar impacto.
Hoy tengo claro que este camino, aunque desafiante, vale cada segundo. Porque el mundo necesita más marcas que dejen su huella y se atrevan a cambiar las reglas del juego.
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